jueves, 15 de diciembre de 2011

Una temporada en el infierno


El 27 de Junio del 2007, el coleccionista Pierre Leroy vendió cien libros a través de la casa de subastas Sotheby's, entre los que destacan ejemplares de algunas de las mejores obras de la literatura moderna, pero curiosamente, no incluyó su ejemplar de Una temporada en el infierno, que es considerado uno de los más caros de entre la literatura moderna.

Se trata del ejemplar de Una temporada en el infierno que Rimbaud firmó y entregó con dedicatoria a Verlaine. A partir de entonces, el libro fue de mano en mano, primero fueron dos prostitutas quienes le robaron el libro a Verlaine, quien con la ayuda del dibujante Frédéric-Auguste Cazals lodró recuperar. Este último lo recibió en herencia vendiéndolo más tarde al coleccionista Louis Barthou. Sus herederos vendieron el libro otra vez en 1935 a Pierre Bérès, otro coleccionista quien finalmente, más de 60 años después, en 2006, lo vendió en una subasta a Pierre Leroy por 511.424 euros.

www.arthur-rimbaud.es

lunes, 5 de diciembre de 2011

Migrantes

Estábamos sentados en una terraza bebiendo vino blanco y comiendo gambas, mientras veíamos distraídamente a un malabarista. De pronto, Terence puso la cara de San Bernardo boquiabierto, como siempre que algo le llamara la atención. Mira, Vargasllosa, me dijo señalando a mis espaldas disimuladamente. Voltee la cabeza y vi que, en efecto, Vargasllosa y su mujer salían llenos de sacos de una boutique. Terence se fue poniendo lentamente de pie como para acercarse o seguirlo.

Pero se volvió a sentar enseguida, ya que Vargasllosa y su mujer se encaminaron por entre las mesas hasta pasar muy cerca de nosotros. Terence no despegó la vista de él hasta, digamos, lograr que él lo viera, y entonces lo saludó con una venia en cierto modo patético y con una sonrisa que ostentaba toda su dentadura. Vargasllosa le contestó con la sonrisa de todas sus fotos y una venia de hombre de mundo. Y de eso no hubiese pasado si Vargasllosa, digamos, no mete la pata. En lugar de limitarse a la sonrisa de respuesta y seguir su camino, al bordear nuestra mesa nos dijo, como diciendo, buenas noches amigos: ¿bolivianos? Así, como lo oyen, Mario Vargasllosa, sonreidazo nos dijo, ¿bolivianos? La cara de Terence se sanbernardeó hasta el tope y recibió la pregunta como algo que no venía al caso, como una estupidez que desdibujaba al admirado escritor. Lo cierto es que Terence le contestó, alzando la voz, por si acaso Vargasllosa no lo escuchara a causa de las estridencias de la calle: No, ecuatorianos, y ustedes, guatemaltecos?

Faltó una nada para que la calle calle su bullicio y toda la gente se quede paralizada. A Vargasllosa y señora, Terence, locazo, les preguntó así, a boca de jarro, ¿y ustedes, guatemaltecos? Más tarde, después de la auténtica crisis de risa que padecimos, recaímos en la crisis recordando el cambio brusco en las facciones de Vargasllosa: la risa, congelada de quien está haciendo el ridículo, y la manera brusca, atufada con que tomó del brazo a su mujer y la sometió a un trotecito casi imposible por ese embrollo de mesas y de gente.

Huilo Ruales Hualca,

Smog, 100 grageas para morir de pie

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Una muerte

Fue en 1980 cuando pudimos leer por primera vez, en el «Sunday Times», cómo murió lakov, el hijo de Stalin. Preso en un campo de concentración alemán durante la segunda guerra mundial, compartía su alojamiento con oficiales británicos. Tenían el retrete en común. El hijo de Stalin lo dejaba sucio. A los ingleses no les gustaba ver el retrete embadurnado de mierda, aunque fuera mierda del hijo de quien entonces era el hombre más poderoso del mundo. Se lo echaron en cara. Se ofendió. Volvieron a reprochárselo una y otra vez, le obligaron a que limpiase el retrete. Se enfadó, discutió con ellos, se uso a pelear. Finalmente solicitó una audiencia al comandante del campo. Quería que hiciese de juez. Pero aquel engreído alemán se negó a hablar de mierda. El hijo de Stalin fue incapaz de soportar la humillación. Clamando al cielo terribles insultos rusos, echó a correr hacia las alambradas electrificadas que rodeaban el campo. Cayó sobre ellas. Su cuerpo, que ya nunca ensuciaría el retrete de los ingleses, quedó colgando de las alambradas.

Milan Kundera,

La insoportable levedad del ser

jueves, 24 de noviembre de 2011

Cosas de genios

Proust y Joyce, los dos grandes precursores y los modificadores del centro de gravedad, no tenían lugar uno para el otro en la Weltanschauung que, sin quererlo, compartían. Se conocieron en París el 18 de mayo de 1922, después de la primera noche de Renard de Stravinsky, en una recepción ofrecida a Diaghilev y la compañía y a la que asistió Pablo Picasso, compositor y diseñador del mismo Diaghilev. Proust, que ya había insultado a Stravinsky, irreflexivamente llevó a Joyce a su casa en un taxi. El irlandés, borracho, le aseguró que no había leído ni una sílaba de sus obras y Proust, irritado, retribuyó el cumplido antes de llegar al Ritz, donde le servían la cena a cualquier hora de la noche.
Paul Johnson,
Tiempos modernos