Una vez traté de calmar a un fotógrafo que estaba furioso después de haber sido rechazado por Magnum. “Pero mira mis fotos”, dijo. “Son como Cartier-Bresson. –Sí– dije–. “A veces ni siquiera se puede distinguir quién es quién. Pero hay una diferencia: Cartier-Bresson no se parece a nadie, y tú te pareces a él. La repetición conduce al servilismo, a la conformidad.
martes, 29 de septiembre de 2015
Reflexión sobre la fotografía
Una vez traté de calmar a un fotógrafo que estaba furioso después de haber sido rechazado por Magnum. “Pero mira mis fotos”, dijo. “Son como Cartier-Bresson. –Sí– dije–. “A veces ni siquiera se puede distinguir quién es quién. Pero hay una diferencia: Cartier-Bresson no se parece a nadie, y tú te pareces a él. La repetición conduce al servilismo, a la conformidad.
viernes, 29 de mayo de 2015
Del robo de libros
martes, 21 de febrero de 2012
Gisèle Prassinos
jueves, 15 de diciembre de 2011
Una temporada en el infierno
El 27 de Junio del 2007, el coleccionista Pierre Leroy vendió cien libros a través de la casa de subastas Sotheby's, entre los que destacan ejemplares de algunas de las mejores obras de la literatura moderna, pero curiosamente, no incluyó su ejemplar de Una temporada en el infierno, que es considerado uno de los más caros de entre la literatura moderna.
Se trata del ejemplar de Una temporada en el infierno que Rimbaud firmó y entregó con dedicatoria a Verlaine. A partir de entonces, el libro fue de mano en mano, primero fueron dos prostitutas quienes le robaron el libro a Verlaine, quien con la ayuda del dibujante Frédéric-Auguste Cazals lodró recuperar. Este último lo recibió en herencia vendiéndolo más tarde al coleccionista Louis Barthou. Sus herederos vendieron el libro otra vez en 1935 a Pierre Bérès, otro coleccionista quien finalmente, más de 60 años después, en 2006, lo vendió en una subasta a Pierre Leroy por 511.424 euros.
lunes, 5 de diciembre de 2011
Migrantes
Estábamos sentados en una terraza bebiendo vino blanco y comiendo gambas, mientras veíamos distraídamente a un malabarista. De pronto, Terence puso la cara de San Bernardo boquiabierto, como siempre que algo le llamara la atención. Mira, Vargasllosa, me dijo señalando a mis espaldas disimuladamente. Voltee la cabeza y vi que, en efecto, Vargasllosa y su mujer salían llenos de sacos de una boutique. Terence se fue poniendo lentamente de pie como para acercarse o seguirlo.
Pero se volvió a sentar enseguida, ya que Vargasllosa y su mujer se encaminaron por entre las mesas hasta pasar muy cerca de nosotros. Terence no despegó la vista de él hasta, digamos, lograr que él lo viera, y entonces lo saludó con una venia en cierto modo patético y con una sonrisa que ostentaba toda su dentadura. Vargasllosa le contestó con la sonrisa de todas sus fotos y una venia de hombre de mundo. Y de eso no hubiese pasado si Vargasllosa, digamos, no mete la pata. En lugar de limitarse a la sonrisa de respuesta y seguir su camino, al bordear nuestra mesa nos dijo, como diciendo, buenas noches amigos: ¿bolivianos? Así, como lo oyen, Mario Vargasllosa, sonreidazo nos dijo, ¿bolivianos? La cara de Terence se sanbernardeó hasta el tope y recibió la pregunta como algo que no venía al caso, como una estupidez que desdibujaba al admirado escritor. Lo cierto es que Terence le contestó, alzando la voz, por si acaso Vargasllosa no lo escuchara a causa de las estridencias de la calle: No, ecuatorianos, y ustedes, guatemaltecos?
Faltó una nada para que la calle calle su bullicio y toda la gente se quede paralizada. A Vargasllosa y señora, Terence, locazo, les preguntó así, a boca de jarro, ¿y ustedes, guatemaltecos? Más tarde, después de la auténtica crisis de risa que padecimos, recaímos en la crisis recordando el cambio brusco en las facciones de Vargasllosa: la risa, congelada de quien está haciendo el ridículo, y la manera brusca, atufada con que tomó del brazo a su mujer y la sometió a un trotecito casi imposible por ese embrollo de mesas y de gente.
Huilo Ruales Hualca,